jueves, noviembre 16, 2006

Walther





Walther en octavo le tocaba sentarse con Jenny Tanco –no estoy seguro del apellido, pero estoy seguro que se llama Jenny-; esa vieja era altísima y flaquísima, de mal genio pero buena gente. Una mañana Jenny se cambio de puesto porque, decía ella, estaba aburrida. Se fue a sentar con una niña de apellido Urbano (una pequeñita que nunca le conocí la voz). Nabyl llegó presto a ocupar la vacante. Después del descanso Walther se dio cuenta que Jenny había dejado un cuaderno en el puesto; se quedo mirándolo con detenimiento; hasta que encontró el nombre del amado y, ¡vaya sorpresa!, una carta que el pretendido le había enviado. La leímos con voz trémula e impostada Nabyl y yo; nos burlamos de ella hasta que nos cansamos. Al final decidimos botar el cuaderno unos puestos más adelante para que ella no se diera cuenta que le habíamos hurgado su intimidad y para que no supiera que nosotros le habíamos rayado el cuaderno.

Otro recuerdo de Walther data de hace un par de años (la fecha exacta se perdió en la noche del tiempo). Ese día yo me había ido a darle una clase a una sobrina de una amiga-una clase gratis- cerca de la casa de Walther. Cuando la termine me fui a la casa de ese marica a ver si lo encontraba o si había algo para hacer. De pura chimba lo encontré. Nos fuimos un rato a donde el negro a hablar con Carlos y luego nos devolvimos para la casa de él. Luego de un par de cervezas –las cervezas se la tomaron él y un man llamado René que nos encontramos cuando volviamos a la casa de Walther- y unos cigarrillos, salimos hacia la séptima en busca de plan. Después de durar dos horas caminando desde la calle 48 hasta la calle 57, por la carrera séptima, entramos a un bar llamado El Gato Naranja. A los diez minutos que entramos una vieja entró mirándome como si me conociera; yo no le puse mucho cuidado y seguí hablando con Walther. Aburridos de estar parados contra la escalera nos fuimos a sentar a una sala que estaba al lado derecho de la barra. Allí estuvimos hablando mierda y riéndonos como una hora. En este lapso la vieja me miraba, cada vez que pasaba, con sincero deseo. Walther me decía: marica, cáigale, no sea güevón. No, marica, esa vieja está como fea, le contestaba yo. Luego nos paramos y nos fuimos hacia la barra para pasar el rato. En ese momento pusieron una descarga de música que me subió el ánimo –duro cerca de hora y media-; al final de esta me dirigí a la barra a pedirle una cerveza a la vieja que me miraba insistentemente (a estas alturas de la noche ya me había dado cuenta que ella trabajaba ahí, y estaba convencido que le gustaba). Me vendes un águila por favor, le dije con aire de casanova en decadencia; ella me miro a los ojos y me cogió la cara y luego me consintió la cabeza –creí que me iba a dar un beso-. Claro bebe, ya te la traigo. En ese momento ya me estaba animando a hacerle la corte a esa vieja. Minutos después Walther salió a hablar con ella, seguramente le dijo algo de mí –esto último lo infiero del hecho que cuando él estaba hablando con ella me miraba y me señalaba constantemente-; la vieja me miro con resentimiento, dio media vuelta y no me volvió a mirar por el resto de la noche. Cuando estábamos esperando el bus para ir a la casa de Walther vi a la vieja asomarse por la puerta del bar; allí estuvo hasta que cogimos el colectivo. Desde entonces no la he vuelto a ver (Walther la volvió a ver un par de veces más).

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