jueves, noviembre 16, 2006

Diego Navarrete




Recuerdo que en octavo (el primer semestre del 1993, para ser exacto) la profesora Ana Delia de Páez nos puso a exponer,a Diego y a mí, el caso especial del trinomio al cuadrado perfecto. Yo le dije a Diego más de una vez que preparáramos la exposición, recuerdo que el marica me decía: no se preocupe que eso es fácil; nos vemos diez minutos antes de entrar del descanso y lo preparamos. Yo estuve esperándolo hasta que sonó el timbre para empezar la clase; ahí fue cuando apareció, estaba tranquilo, como si no tuviera ningún compromiso. Entonces, ¿qué hacemos?, le dije. Usted empieza con la teoría y yo explico el ejemplo. No, ni mierda, le dije; yo hago el ejemplo y usted empieza con la teoría. Listo, respondió. Llegó la profesora y empezó este marica a explicar como pudo –no muy bien, por cierto -. Me tocó el turno a mí; cuando iba en la mitad del ejemplo la profesora me regaño, porque no había preparado, por que era un irresponsable, etc. Luego extendió el regaño a Diego. Creo que ese es el recuerdo más viejo que tengo de Diego Navarrete.

Otro recuerdo que me asalta en este momento también está relacionado con una exposición; en este caso fue en Corferías y fue en el informe que rindió Martha Luz a una gente de la Universidad Pedagógica de su supuesta innovación en la enseñanza de la física. Nosotros estábamos en el están de Expociencia viendo pasar niñas lindas cuando se nos acerca Martha Luz a pedirnos el favor que asistamos a la ponencia; nosotros, caballeros a ultranza, aceptamos la invitación. Recuerdo que la profesora le temblaban las manos y la voz en cada parte de relación que daba. Al final de ella -de la exposición- se le aclaró la voz y dijo: aquí casualmente hay alumnos míos; si quieren les cedo la palabra para que ellos hablen de sus experiencias. En ese momento me di cuenta de la emboscada que nos había tendido. Nos paramos Diego Navarrete, William Lancheros, creo que Rafael –el sobrino de la profesora Luz Estella Vanegas- y yo. Si no me falla la memoria empezó William Lancheros, a quien, al primer despropósito, Diego le pidió (quito, mejor) la palabra para iniciar a hablar maravillas de Martha; minutos después, cuando su discurso empezaba a decaer, tome la palabra, y cuando empecé a enredarme –quizás halla sido cuestión de principios: alabar a la tirana, eso nunca- la retomó Diego, así hasta que todos hablamos. La profesora, una vez se termino la farsa, nos colmó de agradecimientos. Este recuerdo data de octubre de 1995.

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