jueves, noviembre 16, 2006

Negro





El primer recuerdo que el tiempo me trae del negro sucedió este año. Estamos en un chuzo en la calle 68. Estamos escuchando buen rock; yo estoy tomando té y el negro está tomando Costeña. Empezamos a hablar de todas las personas que conocemos; de nuestros proyectos, de nuestros recuerdos, de nuestras opiniones. El negro me cuenta los pormenores del rompimiento con Astrid; las minucias, los detalles que no había conocido. Siento que nuestra amistad reverdece bajo la tenue luz. Me alegro inmensamente. Al tiempo que el negro habla me digo: ¡que bueno que no he perdido este amigo! Cuándo el chuzo queda solo el negro se para a hablar con el man de la barra y luego me llama para que me integre a la conversación. Minutos después salimos al frío más cabrón que yo haya sentido en mi vida – la neblina era tan densa que no se podía ver más allá de veinte metros -.

Otro recuerdo que me llega en este momento sucedió por allá en el año 2000 (comienzos del segundo semestre). Salimos a tomar el negro, Suárez, Jorge y yo. Teníamos para dos cervezas cada uno. Cuando terminamos con el par de chelas salimos para nuestas casas. No recuerdo porque nos quedamos solos el negro y yo; bueno, el caso es que cuando íbamos llegando a la treinta nos encontramos con mi hermana y con el novio; ¿ya se van?, nos pregunto con curiosidad Diana. Sí porque no hay plata, le contesté. Ella entonces dijo: si es por eso no se preocupen, acompáñeme a tomar una cerveza con Daniel y después nos vamos para la casa. Esperamos a que ella terminara de comerse el perro que estaba degustando y entramos a la tienda a tomar hasta media noche. Luego salimos a coger bus para la casa. Nos montamos en un colectivo que decía Suba Compartir. Llegamos al apartamento y el negro me dijo que tenía hambre. Fui a mirar las ollas y encontré que mi mamá había hecho pasta. Le serví a él y a Daniel; Diana y yo no comimos. Recuerdo que el negro dijo que nunca se había comido una pasta más rica. Al otro día fuimos a la casa de ese man –en el camino me regalaron dos bon ice- y luego arrancamos para el centro porque yo tenía una cita con Carolina Rodríguez. Llegamos una hora tarde a la cita, razón por la que decidimos irnos a pie a la oficina del papá de Carolina a buscarla. Frente al Terraza Pasteur una vieja me pidió un cigarrillo; yo le di el que me estaba fumando; espera, no te vayas, hablemos un rato, me dijo la vieja con el cigarrillo en la mano; yo tengo afán, hablamos después, le contesté. No, quédate, insistió ella. En ese momento el negro se devolvió para saber que pasaba. Al mismo tiempo que venía el negro por la derecha venía por la izquierda un man gritándome groserías; el negro me dijo: camine güevón que esto se puso feo…

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