martes, marzo 18, 2008

Luz Amparo


(Monet)


Me encontraba en la secas ramas del estudio cuando Luz Amparo me arrebato con sus tersas palabras. Los hechos y acontecimientos que marcaron el inició de nuestra relación estuvieron marcados por corazonadas y presagios.

El cuatro de diciembre del año pasado llegué a estudiar al departamento de matemáticas. Antes de iniciar la jornada de ocho horas de estudio pasé por la sala de cómputo para mirar mi correo. En la sala me encontré con Amparo. Le conté que estaba despechado a causa de Mónica. Le mostré, incluso, algunos vallenatos que tenía guardados en el correo. Al final de la conversación le dije que presentía que una mujer iba a llegar a mi vida antes que terminara el año. Amparo, días después, me confeso que sintió la corazonada que era ella a la que yo me refería.

Al siguiente día tuve clase de álgebra abstracta y luego de la clase salí a almorzar con un grupo de compañeros. Al término del condumio nos devolvimos a la universidad a dormir en un pastizal. A los diez minutos de haberme tendido en la pradera sentí la necesidad imperiosa de ir al edificio de matemáticas. Me levante, me despedí de los adormilados compañeros y me fui al templo del conocimiento. En el salón de estudio me encontré a Amparo. Ella me dijo que estaba pensando en mí. Me senté a hablar con ella toda la tarde. A las cuatro de la tarde, cuando decidí irme a estudiar apareció Oscar Velandia, quien, al vernos dijo: los estaba buscando. Amparo y yo nos miramos con asombro. Les traigo trabajo, continuó Oscar. Quiero que, por favor, me corrijan este escrito que tengo que presentar mañana. Nos sentamos a corregirle el documento a Oscar. Al terminarlo del trabajo nos fuimos a Artes a tomar tino. Allí nos encontramos con unos amigos de Luz (Bárbara y Nicolás). En medio de la conversación Amparo me dijo que comprara el pasaporte porque adquirirlo es de buena suerte para viajar. Cuando me dijo eso sentí un corrientazo premonitorio que aún no logro entender. Cuando la conversación decayó decidimos levantarnos para tomar nuestros respectivos destinos: Luz para su casa, sus amigos para un bar que se llama comedia y yo para la biblioteca.

Al siguiente día me levanté desanimado. Me levanté al medio día, desayuné y me acosté a dormir. A las cuatro de la tarde almorcé y a las cinco me dio un ataque súbito de irme a la universidad. Me bañé, metí el libro de álgebra en la maleta y me fui a la universidad convencido que iría a estudiar.

Cuando llegué a alma mater me fui para la biblioteca Central. Cuando estaba en la plaza che sentí un impulso irreprimible de irme al departamento de matemáticas. Me fui con la curiosidad palpitándome en la cabeza. Entré, subí las escaleras y me fui directo al salón de estudio. Allí me encontré con tres viejos amigos. A los dos minutos apareció Amparo. Nos fuimos, como siempre, para Artes a tomar tinto. Allí nos encontramos, de nuevo, Bárbara y Nicolás. Bárbara, en medio de la conversación, invitó a Luz a Comedia. Amparo se mostró renuente a ir. Yo, inexplicablemente me incluí en la conversación (no acostumbro hacerlo) y le dije a Bárbara: tranquila que yo la llevo a Comedia. Luz ante esto no pudo oponerse.

Cuando íbamos para Comedia, en la puerta de la universidad, Amparo me dijo: supongo que sabes porqué nos estamos viendo todos los días; yo no tenía idea alguna. No, no sé por qué nos hemos visto estos tres días, le contesté. Lo que pasa es que… inició Luz, dejando una pausa larga, casi infinita. El silencio dominó a las tinieblas y al frío de la noche capitalina. El mundo se detuvo un instante. Lo que pasa es que tú me gustas, concluyó con voz tensa. Mmmhhhh, ahhhh, era eso, respondí; no hay problema, no hay ningún inconveniente, no pasa nada. Vamos para Comedia y luego hablamos de eso, ¿te parece? Concluí serenamente. El sosiego repatrió su barca de banderas raídas y mástil apolillado a la dársena de nuestra amistad.

En Comedia conversamos sin hablar, las palabras y los comentarios que hacía Bárbara o Nicolás sonaban como el eco de recuerdos. ¿Qué hago? Era la pregunta que se anclaba a mis pensamientos. AL final de la velada nos paramos en la puerta y decidimos quién se iba con quien: Bárbara con Nicolás y yo con Amparo. Entramos, de nuevo, a la universidad. Caminamos hablando de frivolidades. Cuando cruzamos la plaza che llegó la respuesta a la pregunta: hágale, bésela apenas pueda; deje las reflexiones para otras materias, en el amor el que piensa pierde.
En transmilenio nos encontramos con una prima. Hablamos de todo un poco. Luego me llamó Mónica. Sentía la tensión en el aire: Amparo se sentía incómoda, yo me estaba enredado, mi prima sospechaba la dinámica de la situación.

Cuando llegamos al portal Amparo estaba muy nerviosa. Yo estaba aplomado: la situación la tenía asida por el mango. Amparo abrió el grifo de frases y comentarios; yo, entre tanto, dejaba que la tensión se diluyera en el torrente de palabras. Cuando las palabras habían transformado las púas en pastoso nudos le di un beso apasionado…


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