martes, abril 22, 2008

Penúltima Borrachera

(Depresión-Van Gogh)

El próximo tres de mayo cumplo cinco años sin probar el alcohol. Mi última borrachera inició el treinta de abril a las siete de la noche y concluyo a las siete de la mañana del tres de mayo. Lamentablemente no puedo hacerla pública gracias a la palabra que le empeñé a dos de los protagonistas.

Puedo, sin embargo, narrar mi penúltima borrachera. Esta inició un domingo de comienzos de abril. Ese día fui a explicarle cálculo diferencial a un primo. Al concluir la clase salí con el objetivo de irme a almorzar a mi casa para luego acostarme a dormir el resto del día.

En la entrada del conjunto me encontré con otro primo (el hermano menor del anterior). Después de media hora de conversación decidimos irnos a una tienda a tomarnos una cerveza para redondear conceptos. A las cinco de la tarde ya nos habíamos tomado ocho cervezas cada uno. En ese momento nació el tema reina de las bebetas: el despecho. Yo le conté mi desamor y luego él hizo lo propio. En ese momento supusimos que la cerveza era demasiado mansa para el carácter del tema en discusión. Pedimos, por lo tanto, media botella de aguardiente. Al término de la primera ronda de conclusiones pedimos la otra media. Las tinieblas se filtraban por las rendijas del atardecer. Mi primo me invitó a que nos sentáramos a ver pasar a la causante del agravio.

A los diez minutos estábamos sentados en una banca de madera con la tercera media. Tomamos pausadamente hasta que pasó la ex novia con el ex marido en el carro de ella. Mi primo se enfureció de tal modo que azotó contra el piso la botella que tenía en la mano. ¡Cálmese; no sea güevón!, le dije a mi primo; en vez de romper botellas contra el suelo debe destrozar todas las cosas que le regaló ella. Él me miró fijamente a los ojos; sopeso las palabras, se quitó el reloj de la muñeca y lo lanzo contra el piso con toda la fuerza que dio el brazo. El reloj quedo indemne en el piso. Lo levantó y lo azotó de nuevo. Nada. Lo tome y fustigue la acera con él. Nada. Hombre, le dije a mi primo; creo que hay que ponérselo a las llantas del alimentador de transmilenio. Tiene razón primo, me respondió. Al ver llegar el bus verde mi primo lanzó el reloj bajo las llantas de este. Cuando el aparato salió del paradero pudimos observar, para nuestra alegría, que el reloj yacía despedazado en el asfalto. ¡Eso le pasa por perra! Le grito mi primo a los fragmentos suponiendo, quizás, que estos le transmitirían los improperios a la donante. Recogió las piezas, me las dio y me dijo: déjelas debajo de la puerta para que se dé cuenta que la odio. Fuimos hasta el conjunto donde vivía. Busqué la casa y le metí, como me pidió mi primo, los pedazos por la rendija de la puerta. En la portería, mientras tanto, mi primo la llamó para decirle que era una perra.

Salimos del lugar rumbo a una tienda. En ella compramos un litro de aguardiente. Tomamos un poco en la misma silla que esperamos a la traidora y luego, cuando el frío nos acobardó, subimos al apartamento. Allí mi primo bebió un trago más y se quedó dormido en el sofá. Yo, aburrido, decidí llamar a la culpable de mis desamores...